Además del bisonte, los animales más
apreciados por los Conchos fueron naturalmente aquellos que abundaban en la
región, tales como el venado y el conejo, muy numerosos entonces en todo el
estado, y cuyas pieles eran aprovechadas para hacer vestiduras. Los ha descrito
como de nariz ancha de dorso largo, pómulos salientes y cabeza más bien
redondeada.
Como muchos otros grupos, eran afectos a los
collares con caracolillos en los que además incluían unas cuentas de conchas,
las mujeres se peinaban con cuidado y solían llevar el torso desnudo.
Las reuniones en grupos de varias familias
eran ocasionales: para aprovechar las cosechas, despedir a un difunto, o por
episodios de guerra.
Las casas eran pequeñas, adecuadas para
albergar, sólo ocasionalmente a las familias, debido a que se usaban por corto
tiempo se les construía con ramas de plantas ribereñas, material fácil de
conseguir y perecedero, razón por la cual no ha sido posible encontrar alguna
de ellas en pie.
Las fuentes históricas mencionan que algunas
de las ceremonias de carácter mágico-religioso, los Conchos practicaban la
antropofagia.
Probablemente utilizaron los cactus
alucinógenos para establecer contacto con la divinidad de la misma forma en que
lo hacían los Tarahumaras y los Huicholes.
Con la conquista española, los Franciscanos
quedaron a cargo de Conchos, las costumbres nómadas con el gran espacio del
desierto y la llanura hicieron muy difícil la organización de la misión.
A principio de 1645 se sublevaron, tomaron el
pueblo de San Francisco de Conchos el día 25 de marzo, en donde dieron muerte a
los franciscanos Fray Tomás de Zigarán y Fray Francisco Labado que servían la
misión y quemaron la iglesia y casa cural.
Hacia 1649, Don Digo Guajardo Fajardo,
capitán general y gobernador de la Nueva Vizcaya, calculó que los Conchos
ascendían a un número cercano a los 50.000.
Desde su última rebelión en 1684, su
incorporación gradual a la vida españolizada, terminó absorbiendo su cultura,
de la que hoy no quedan rastros